La pared
Hacía algún tiempo que nuestra relación no marchaba bien. Me había acostumbrado a que Ella mostrara siempre esa cara de indignación contenida, hacía un visible esfuerzo por moderarse, como si la catástrofe familiar que se avecinaba fuera sólo culpa mía. Continuamente se lamentaba de la falta de comunicación que existía entre nosotros, decía que Yo había construido una pared impenetrable y que cada día nos separaba más. La vida en pareja es monótona, el tedio se apodera inexorablemente de la relación, haciendo de la convivencia un acto doloroso. He intentado cambiar la tendencia buscando estímulos que permitieran evitar el derrumbe de nuestro matrimonio.
Opino que el vínculo de una relación es el sexo, si falta o no es satisfactorio aquella está condenada el fracaso. Por eso, le pedí que participara en las fantasías que ideaba con la esperanza de conseguir que Ella tuviera el estímulo que, pensé, necesitaba. Recuerdo que al principio le pedía que vistiera de manera provocativa, casi indecorosa, incluso cuando iba al trabajo. Imaginaba que lograría estimular y acrecentar su libido, pero sólo logré aumentar la frecuencia de mis visitas al cuarto de baño. Llegué a idear la posibilidad de practicar el sexo en grupo o el intercambio de parejas; para ello puse, sin que Ella lo supiera, un anuncio en una de esas revistas. Al verlo montó en cólera, pero he de decirles que fue un éxito por el número de cartas recibidas. Lamentablemente no hubo respuesta, estoy convencido que habría sido una experiencia positiva y de gran ayuda, al menos para mí. Siempre he pensado que el origen de nuestros males reside en la educación cristiana que recibió en su infancia. La religión es un cáncer que corroe todo lo que toca.
Así que, comencé a diseñar planes personales, al margen de nuestra vida en común. Esto sirvió para que me acusara de agrandar la pared que nos separaba, según Ella. Pero, era una necesidad vital para mí, como respirar. Me embarqué en diversos proyectos; la numismática, la filatelia, los coches antiguos y así tantos como mi imaginación y economía me lo permitían. Finalmente, he centrado mis esfuerzos en la compra y rehabilitación de viviendas, no con el ánimo de lucrarme con su venta, en absoluto, sino con el propósito de poseerlas.
A aquel tipo lo conocí en un bar del puerto. Estaba sentado en una mesa apartada de un local casi vacío, acompañado de un vaso y una botella de whisky medio llena. Era un tipo alto, desgarbado y aspecto ensimismado; vestía una camiseta de color verde militar, recortada a la altura de los hombros, llevaba pantalones vaqueros sucios y unas chanclas raídas que dejaban entrever sus dedos. La indumentaria realzaba su portentosa figura, propia de alguien que se ocupa en esos menesteres.
Opino que el vínculo de una relación es el sexo, si falta o no es satisfactorio aquella está condenada el fracaso. Por eso, le pedí que participara en las fantasías que ideaba con la esperanza de conseguir que Ella tuviera el estímulo que, pensé, necesitaba. Recuerdo que al principio le pedía que vistiera de manera provocativa, casi indecorosa, incluso cuando iba al trabajo. Imaginaba que lograría estimular y acrecentar su libido, pero sólo logré aumentar la frecuencia de mis visitas al cuarto de baño. Llegué a idear la posibilidad de practicar el sexo en grupo o el intercambio de parejas; para ello puse, sin que Ella lo supiera, un anuncio en una de esas revistas. Al verlo montó en cólera, pero he de decirles que fue un éxito por el número de cartas recibidas. Lamentablemente no hubo respuesta, estoy convencido que habría sido una experiencia positiva y de gran ayuda, al menos para mí. Siempre he pensado que el origen de nuestros males reside en la educación cristiana que recibió en su infancia. La religión es un cáncer que corroe todo lo que toca.
Así que, comencé a diseñar planes personales, al margen de nuestra vida en común. Esto sirvió para que me acusara de agrandar la pared que nos separaba, según Ella. Pero, era una necesidad vital para mí, como respirar. Me embarqué en diversos proyectos; la numismática, la filatelia, los coches antiguos y así tantos como mi imaginación y economía me lo permitían. Finalmente, he centrado mis esfuerzos en la compra y rehabilitación de viviendas, no con el ánimo de lucrarme con su venta, en absoluto, sino con el propósito de poseerlas.
A aquel tipo lo conocí en un bar del puerto. Estaba sentado en una mesa apartada de un local casi vacío, acompañado de un vaso y una botella de whisky medio llena. Era un tipo alto, desgarbado y aspecto ensimismado; vestía una camiseta de color verde militar, recortada a la altura de los hombros, llevaba pantalones vaqueros sucios y unas chanclas raídas que dejaban entrever sus dedos. La indumentaria realzaba su portentosa figura, propia de alguien que se ocupa en esos menesteres.
- Me llamo Tú, pero mis amigos me llaman You. Dijo él.
Le estreché su mano, pero evité darle mi nombre porque lo consideré innecesario, después de todo sólo iba a demoler una pared de mi nueva casa y no pensaba iniciar una amistad con este sujeto. Su teléfono me lo dio un compañero de trabajo unos días antes, lo llamé y concerté una cita.
- Bien Tú, ¿Cuánto me va a cobrar por demoler la pared? Le dije sin más preámbulos.
- Tres botellas de whisky y un reloj PDH. Me dijo sin pensar.
Me pareció que el precio era razonable y lo acepté. Me dijo que comenzaría el día siguiente a la 1 de la mañana, le comenté que me parecía una hora inapropiada y él me respondió que se establece esa hora para iniciar las obras y así no afectar a la productividad de otras personas en su horario diurno de trabajo.
Sabía que Ella no estaría en casa, esa noche la pasaría con sus compañeros de trabajo en una de esas estúpidas comidas navideñas. Al igual que las demás mujeres, es muy directa cuando aborda estos temas, estoy convencido que se opondría e intimidaría al pobre You. Pero, Yo soy un tipo animoso y sus amenazas no acostumbran a amedrentarme.
Se presentó a la hora señalada, vestía la misma ropa que el día anterior, pensé ironicamente que no habría podido pasar por su casa para cambiarse. Traía dos enormes cajas en las que, supuse, llevaría sus herrramientas. Le acompañé a la habitación en la que deseaba derribar la pared; You abrió las maletas y de una extrajo una enorme taladradora electro-neumática, hizo una marca con un lápiz en la pared contigua y se dispuso a comenzar. Lo detuve alarmado.
- Esa no es la pared, es la otra. Le dije
- Tenga calma. Me dijo. Como puede ver las dos paredes son contiguas, ésta precede a la otra sin razón de discontinuidad, si queremos atajar el mal de raíz debemos comenzar a derribar la primera que es el origen de todos lo problemas, luego derribaremos la otra, confíe en mí.
Admito que su razonamiento me convenció, parecía lógico. Resultaba convincente pero tuve la impresión que alguno de sus pensamientos carecían de fundamentos sólidos, cuando no eran producto de su invención. Me quedé admirado contemplando el hábil manejo del martillo eléctrico. Casi al instante la pared se derrumbó dejando ver el dormitorio de mi vecino. Entonces vi perplejo como Ella, mi mujer, yacía tan ancha como larga en la cama junto a él. Luego tuvimos una conversación de locos.
- Oiga, esa es mi mujer. Dije atolondrado.
- Como se atreven a derribar la pared y entrar en mi casa. Dijo el vecino fornicador.
- Podrían unir las dos habitaciones y hacer un sólo dormitorio. Dijo un avispado You.
- Este dormitorio es mío y no deseo compartir nada. Dijo el vecino egoista.
- Tendría que haberlo pensado antes de acostarse con la mujer de este pobre hombre. Dijo un ocurrente you
- Salgan de mi casa. Dijo aquel hijoputa.
- Bueno, si no va a hacer la obra permítame violar a la señora, después de todo es lo que se espera de un tipo como yo y, por otro lado, siempre produce mucho placer. Dijo un decidido y excitado You.
No recuerdo los acontecimientos que se produjeron posteriormente porque me desvanecí, pero con tan mala fortuna que mi vertebra T7 y la sacro se hicieron astillas. A raíz de aquella desgraciada caída quede atado a esta maldita silla de ruedas. Ahora mi vida a cambiado, mis extremidades (piernas y pene) permancen flácidas e inmóviles, tal que muertas, Ella vive sólo para mí, al menos de lunes a sábado porque el domingo va a casa de sus padres (eso me dice), está pendiente de todas mis necesidades y deseos (casi todos), pasamos horas interminables en franca y agradable conversación, parece que hemos roto esa barrera que nos separaba. Sin embargo, cuando recibo una visita ocasional y me comunica casualmente su intención de derribar una pared de su casa, les digo que se abstengan porque no saben lo que podrán encontrar al otro lado.