11/28/2006

En el diario de mi prima...

Yo acababa de limpiar la casa, las manos me olían a lejía. Estaba descalza y tenía las bragas empapadas en sudor. Esas bragas y la vieja camiseta gris de los Who es lo único que me pongo cuando hago limpieza, lo demás me molesta. Me recojo el pelo en un moño alto trabado con un lápiz o con lo que tenga a mano. Estaba a punto de quitarme la camiseta para ir a ducharme cuando tocaron a la puerta. Vi por la mirilla que era el vecino de arriba y abrí la puerta así, como estaba, asomando sólo el tronco para que no viera que iba medio desnuda. No conozco mucho a este chaval, pero me parece buena persona. Un poco gris, siempre acarreando a sus hijos, siempre haciéndole el gusto a su mujercita. Tenía un rodillo en la mano; la ropa y la piel manchadas de pintura. Esbozando una tímida sonrisa de disculpa con la cara llena de pintitas amarillas, me dijo que se había quedado encerrado por fuera de su casa mientras pintaba, y que si le dejaba llamar a su mujer para que se acercara un momento con la llave. Me dio pena, así que lo dejé pasar. Por el espejo del hall me percaté de que al entrar él echó una fugaz mirada a mis piernas, como se suele decir "me dio un repaso". Pensé "mierda, estoy sin depilar". Le alcancé el teléfono y mientras él marcaba aproveché yo también para darle un repaso. Nunca me había fijado en él como un hombre, lo tenía archivado como un ser neutro, el maridito ideal en la familia feliz, siempre tan bien vestido, siempre tan correcto. Pero en esta ocasión, oliendo a sudor y esas manchas de pintura, guau, reconozco que me pareció de lo más atractivo. Y ese culo, ¡¡le quedaba tan bien dentro de aquellos pantalones viejos!!!. Cuando me devolvió el teléfono hizo un ademán de intentar despedirse pero me dio tanta lástima, con aquella cara de cordero abandonado, que le dije "¿bueno, y a dónde vas a ir así como estás?, ¿Te vas a quedar en la escalera hasta que llegue ella?". Él sonrió, con resignación. "Anda vamos a la cocina que te invito a un refresco", le dije. Deliberadamente, porque la visión de aquel culo de hombre me hizo sentir mala, pasé delante y caminé alegremente, haciendo que la camiseta bailara sobre mis bragas. Yo era consciente de que, cuando él me seguía, no apartaba la vista de mi trasero y de mis muslos. Me sentí halagada de que un hombre que supuestamente lo tiene todo en su ambiente ideal se fijara en mí. Me estaba poniendo nerviosa por momentos y aunque no había pasado nada, sentía una creciente excitación. Abrí la nevera a lo tonto y por eso se me vino encima la jarra de leche. Él se lanzó para evitar que en envase de cristal se rompiera y lo atrapó justo a tiempo. Quedamos los dos en el suelo, con las piernas enredadas, y empapados de leche. El frío líquido se derramó por mi pecho, por mis bragas, por mis piernas, haciendo que toda mi piel se erizara, desde los pezones hasta el poro más insignificante, cosa que no pasó inadvertida a su mirada. Mi tobillo había quedado a la altura de su paquete y noté cómo se le ponía dura en un sólo instante. Eso hizo que yo me mojara, también por dentro. Fue un momento tenso, apenas unas décimas de segundo en que nos miramos la ropa, las caras, y nos reímos. Pudimos habernos levantado, sin más, y dejar la cosa en anéctoda. Pero él, que al caer había puesto su mano en mi pantorrilla, me dijo "me encantan las piernas sin depilar". Cuando lo decía no me miraba a los ojos, sino a la boca y sin darle tiempo a reaccionar me tiré a la suya y busqué su lengua con la mía. Nos desnudamos violentamente y follamos allí en el suelo de la cocina, sucios, sudados y sobre un charco de leche. Nos lamimos, nos chupamos, nos comimos todos nuestros cuerpos. Acabamos exhaustos los dos mirando al techo con la respiración agitada. No me atreví a mirarlo cuando le dije: "este ha sido el mejor polvo de toda mi vida". En ese momento, oímos cómo alguien abría la puerta de su casa. Él respondió: "Mi mujer ya me ha abierto"·

11/15/2006

Hoy doné sangre

Yo ya he donado. Fui el primero de la mañana. Habrá quién piense que no compensa, pero yo estuve veinte minutos ligando con la ATS, que tenía carita de niña y a mí me parecía follable. Cuando terminó con la sangre le pregunté si no quería extraerme también algo de fluido blanco, jijiji, risita tímida, hay pillín, guarrón, cerdote, mi cabroncete, fóllame aquí mismo, en el diván de las donaciones, que como no viene nadie por lo menos que me divierta... Es lo justo, le dije, si tú me has pinchado a mí, yo también debería pincharte a ti. Zorra.

Pocas cosas hacen tan feliz a un hombre como el hecho altruista de donar sangre. Lo malo es que uno no sabe a dónde va a parar la sangre esa. Nadie nos garantiza que no van a trapichar con ella, que se la van a vender al tercer mundo, o a un moro rico o, aunque no fuera vendida, qué se yo, el donante debería saber por lo menos a qué enfermo, a qué joven accidentado de tráfico va a parar esa sangre tuya, para poder hacerle un seguimiento, ver si con el paso del tiempo y gracias a las transfusiones el desgraciao se vuelve más o menos gilipollas. Donar semen también está bien, sobre todo si es convenientemente recogido en la boca de la receptora. Así no tendríamos esas dudas sobre a dónde ha ido a parar nuestra generosa donación. A mí casi todos los días se me ocurren buenas candidatas al efecto. Yo siempre he sido donante voluntario, salvo en ocasiones especiales que tuve que donar para alguien concreto. Las dos últimas veces fue para este compañero de trabajo, el que le apareció un cáncer en una pierna y luego se le pasó a los pulmones. Le han puesto un fémur de titanio, le han extirpado con éxito los nódulos cancerosos de los pulmones. Le han dado quimio, radio y folloterapia. Lo del cáncer está erradicado, pero el titanio no acaba de funcionar porque los músculos y tendones se niegan a abrazarse a ese pedazo de frío metal: la pierna no le funciona. Bueno, pues para este he donado sangre.